APOLOGÍA DEL NUEVO PACTO (Cap. 5)
5. Somos bendecidos (Efesios 1:3).
Desde tiempos remotos, el tema de la bendición y su contraparte (la maldición) ha ocupado la dialéctica presente en los distintos círculos sociales, religiosos o filosóficos (entre otros), con el fin de debatir acerca de sus causas y consecuencias dentro de nuestra jornada diaria, así como en las generaciones futuras.
Ahora bien, antes de adentrarnos en el papel que juegan estos términos en la actualidad para quienes estamos en Cristo, es oportuno conocer el concepto percibido de estas palabras, tras su uso en los escritos del Antiguo Pacto; y en tal sentido, podemos mencionar lo que el Diccionario según la Biblia de Jerusalén señala acerca de que tanto la bendición como la maldición son originariamente palabras o acciones que por sí mismas atraen felicidad o desgracia.
En honor a la verdad, el concepto anterior es tan genérico, que su comprensión puede tornarse ambigua, o incluso, equivocada; es por ello, que luego de estudiar los escritos apostólicos en el Nuevo Pacto, por la iluminación del Espíritu Santo, podemos recibir a plenitud la revelación dispensada en el evangelio de la gracia con respecto a este trascendental tema, preguntándonos: ¿Qué implicaciones tiene para nosotros el hecho de que somos bendecidos en Cristo? A través de este breve esbozo, pretendemos dar un paso más en el camino hacia “la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios” (Efesios 4:13), impartiendo de lo que hemos recibido al escudriñar y meditar en la verdad presente.
La palabra bendición (eulogia, en griego) sólo aparece 14 veces en el Nuevo Testamento, pero su concepto envuelve completamente las enseñanzas apostólicas, y es importante notar que fue el apóstol Pablo quien la utilizó la mayoría de las veces. Entonces, ¿qué es bendecir? Bendecir es, de manera literal, “hablar bien de”, o en un sentido práctico y explícito: “declarar el bien por medio de palabras o hechos específicos que promueven el bienestar de la persona bendecida”.
De manera general, podríamos pensar que cualquiera que desee, puede bendecir a otro; no obstante, en las Escrituras encontramos lo siguiente: “… el menor es bendecido por el mayor” (Hebreos 7:7); por lo cual, podemos deducir con certeza que una bendición respaldada divinamente, requiere que quien la otorgue, sea mayor que el que la recibe. En este contexto, considero que todos estaremos de acuerdo en que es nuestro Dios Soberano, quien tiene el mayor poder para bendecirnos, y que, si Él nos ha bendecido, definitivamente que nadie puede invalidar dicha bendición (Isaías 55:11). Recordemos que “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, y por nosotros se hizo maldición… para que en Cristo Jesús la bendición de Abrahán alcanzara a los no judíos, a fin de que por la fe recibiéramos la promesa del Espíritu” (Gálatas 3:13-14).
El Diccionario de la Real Academia Española define la bendición de Dios como: “Cosa excelente o muy beneficiosa”, y es por ello que, de manera rápida, cuando pensamos en algo que nos aporta beneficios, lo catalogamos como “una bendición”, y no está mal, apreciado desde un punto de vista general; sin embargo, cuando el Espíritu Santo nos muestra lo que tenemos en Cristo, no nos queda ninguna duda acerca de que no necesitamos ninguna bendición adicional, pues…
“Toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo; y en él, que es la cabeza de todo poder y autoridad, ustedes han recibido esa plenitud” (Colosenses 2:9-10). Recibimos la plenitud de la divinidad (la bendición) en nosotros, es decir, Cristo está en nosotros, porque estamos en Cristo (Romanos 8:9). ¿Qué mayor bendición podemos pedir que la plenitud de la divinidad (Cristo) habite en nosotros? Detengámonos a meditar en el siguiente pasaje de las Escrituras, y veamos cómo el estar en Cristo es la mayor bendición a la que cualquier ser humano puede aspirar, la cual nos hace vivir eternamente agradecidos, por cuanto es un regalo recibido, gracias al sacrificio en la cruz.
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales. En él, Dios nos escogió antes de la fundación del mundo, para que en su presencia seamos santos e intachables. Por amor nos predestinó para que por medio de Jesucristo fuéramos adoptados como hijos suyos, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. En él tenemos la redención por medio de su sangre, el perdón de los pecados según las riquezas de su gracia, la cual desbordó sobre nosotros en toda sabiduría y entendimiento, y nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, para que cuando llegara el tiempo señalado reuniera todas las cosas en Cristo, tanto las que están en los cielos, como las que están en la tierra. En él asimismo participamos de la herencia, pues fuimos predestinados conforme a los planes del que todo lo hace según el designio de su voluntad… Por esta causa también yo, desde que supe de la fe de ustedes en el Señor Jesús y del amor que ustedes tienen para con todos los santos, no ceso de dar gracias por ustedes al recordarlos en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, les dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él. Pido también que Dios les dé la luz necesaria para que sepan cuál es la esperanza a la cual los ha llamado, cuáles son las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros, los que creemos, según la acción de su fuerza poderosa, la cual operó en Cristo, y lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en los lugares celestiales… Dios sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio a la iglesia, como cabeza de todo, pues la iglesia es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena a plenitudEfesios 1:3-23
Después de leer esta porción de la Palabra de Dios, creo que todos quedaremos sin palabras, totalmente abrumados con la majestad de nuestro Señor, viendo cómo tiene todos los detalles establecidos desde la eternidad. Asimismo, recordamos que está escrito: «Las cosas que ningún ojo vio, ni ningún oído escuchó, ni han penetrado en el corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman». Pero Dios nos las reveló a nosotros por medio del Espíritu, porque el Espíritu lo examina todo, aun las profundidades de Dios. Porque ¿quién de entre los hombres puede saber las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así mismo, nadie conoce las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que entendamos lo que Dios nos ha dado” (1 Corintios 2:9-12).
Por último, hemos de saber que el primer Adán fue bendecido (Génesis 1:28), pero fue el pecado el que permitió que entrara la maldición a la tierra y a quienes estarían en Adán (Génesis 3:17-19; Romanos 5:12). Por esa razón, encontramos en el Antiguo Pacto (antes del Cristo glorificado) constantes referencias a la maldición; sin embargo, para quienes estamos en Cristo, esas reseñas no son válidas, por cuanto ninguna condenación hay para los que están en Jesucristo (Romanos 8:1). En tal sentido, no debemos sentir ningún temor por la maldición que trae consigo el pecado… “Pues, cuando morimos con Cristo, fuimos liberados del poder del pecado” (Romanos 6:7). El hecho de que el panorama visible en un momento dado no sea el más agradable, no significa que hay una maldición detrás. En Cristo, somos bendecidos CON TODA BENDICIÓN ESPIRITUAL… Eso es una bendición completa ¿Qué más le vamos a pedir a Dios que nos bendiga? Si tenemos a Cristo, lo tenemos todo; sin importar lo que perciban mis ojos naturales, vivimos en bendición.
Que bendición que tenemos de alimentar nuestra alma con estas meditaciones tan profunda, misterios del reino de Dios, que le ha placido dar a conocer solo a sus hijos. Gloria al que vive y reina por los siglos de los siglos. Bendiciones varón valiente y esforzado. Que Dios lo siga usando para su propia gloria y para la bendecir a multitudes.
Amén, mi hermano… Es nuestro deber y un gran placer atender al llamado del Señor en la edificación del Cuerpo de Cristo. Su mensaje nos recuerda que nuestra labor no es en vano, y que la semilla está cayendo en buena tierra. Para mantenernos en contacto frecuente en este camino de entrenamiento, hemos creado un grupo en WhatsApp para tal fin… Si desea unirse a este movimiento a través de la mensajería instantánea, escríbanos a consejo@reformadores.net para darle más detalles. Bendecido, Luis!