APOLOGÍA DEL NUEVO PACTO (Cap. 2)
2.Somos libres (Gálatas 2:4)
Es evidente que la ausencia de un entrenamiento efectivo en el Cuerpo de Cristo, sumada a la manipulación presente en muchos líderes y organizaciones religiosas, ha producido una iglesia inmadura, incapaz de disfrutar plenamente de la maravillosa libertad que tenemos en Cristo. Por tal motivo, y en franca obediencia a lo que el Señor nos ha encomendado, me dispongo a esbozar de manera breve, pero certera, la importancia de la verdadera y eterna libertad que recibimos en Cristo, según las Sagradas Escrituras; esto lo hago con el fin de
- Cristo nos libertó de la maldición de la ley (Gálatas 3:13-14). Si tomamos este pasaje de manera aislada, pudiésemos perder de vista el fuerte énfasis al respecto que el apóstol estaba haciendo en esta carta. Aquí la invitación que hacemos es para que leamos y meditemos en la epístola como un todo, obviando las separaciones de capítulos y versículos, para así percibir con mayor claridad la idea central del texto… Haciendo una paráfrasis conclusiva, yo lo diría así: “Cuando Cristo se dejó colgar en un madero, se hizo maldición (Deuteronomio 21:23) según la ley de Moisés, para que de esa manera nosotros fuésemos libres de la maldición que trae consigo incumplir dicha ley: ‘Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues está escrito: Maldito sea todo aquel que no se mantenga firme en todas las cosas escritas en el libro de la ley, y las haga’ (Gálatas 3:10; Deuteronomio 27:26). En tal sentido, si tememos a la maldición es porque aún somos esclavos (en nuestra mente) de la ley”. El apóstol Pablo lo escribió así: “Díganme, ustedes que quieren estar sujetos a la ley: ¿no han oído lo que dice la ley? Porque está escrito que Abrahán tuvo dos hijos; uno de la esclava, y el otro de la libre. El hijo de la esclava nació conforme a una decisión humana; pero el hijo de la libre nació conforme a la promesa. Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es Agar. Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, y ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Pero la Jerusalén de arriba [Sara], la cual es madre de todos nosotros, es libre… Pero ¿qué dice la Escritura? «Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque el hijo de la esclava no heredará con el hijo de la libre». De modo, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre (Gálatas 4:21-26,29-30). Así que es hora de que le digamos a quien pretenda manipularnos con pasajes de la esclava, que nosotros (la iglesia de Cristo) fuimos libertados de la maldición de la ley y bendecidos con toda bendición espiritual en Cristo (Efesios 1:3). No aceptamos otra palabra sobre nosotros, pues además…
- Fuimos libertados del pecado (Romanos 6:6-7). Aun cuando de manera genérica la palabra “pecado” usada en el Nuevo Testamento se puede definir etimológicamente como “errar el blanco”, en algunas ocasiones los apóstoles solían personificar este término, dejando ver que (más allá de las acciones pecaminosas concretas) “el pecado” es el amo que esclaviza a quien no está en Cristo (Romanos 6:16-18), presentado como ese “viejo hombre” (naturaleza) que nos gobernaba antes de estar en Cristo. Partiendo de esta premisa, podemos decir confiadamente que, siendo que ustedes como Cuerpo de Cristo fueron engendrados por Dios (1 Juan 5:18), “el pecado ya no es más su amo, porque ustedes ya no viven bajo las exigencias de la ley. En cambio, viven en la libertad de la gracia de Dios” (Romanos 6:14). Entonces, para nosotros en Cristo, “el pecado” ya no es un problema, pues fuimos libertados de esa naturaleza pecaminosa. Ahora bien, aunque de manera general, nuestros pecados [obras de la carne] fueron perdonados una vez y para siempre (Hebreos 9:28), la orden apostólica para nosotros es: “… no permitan que la libertad sea una excusa para hacer todo lo que pide su naturaleza humana. Mejor ayúdense los unos a los otros siempre con amor” (Gálatas 5:13). En conclusión, somos libres del pecado como fuerza rectora maligna (y que nadie nos diga lo contrario), pero debemos cuidarnos de nuestra naturaleza humana (la carne), para que no nos distraiga de los planes que el Señor tiene para nosotros, “porque la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu, y el espíritu a los de la carne, y éstos se oponen entre sí…” (Gálatas 5:17). Meditemos en esto:
Aquí vemos entonces que el hecho de vivir en la gracia, no implica que no tengamos una ley que nos gobierne; Pablo la llamó “la ley del Espíritu de vida en Jesucristo”, y esta no es otra cosa, sino Dios mismo (el amor) manifestado a través de nosotros (Romanos 13:10).
Para el apóstol Pablo, la ley y el pecado están íntimamente relacionados, y lo explica así: “¿Querrá todo esto decir que la ley es pecado? ¡De ningún modo! Claro que, sin la ley, yo no habría experimentado el pecado. Por ejemplo, yo ignoraba lo que es tener malos deseos, hasta que vino la ley y dijo: No tengas malos deseos. Fue el pecado el que, aprovechando la ocasión que le proporcionaba el mandamiento, despertó en mí toda clase de malos deseos; sin la ley, pues, el pecado sería ineficaz (Romanos 7:7-8). Así que ya para cerrar este capítulo, les dejo algunas fórmulas apostólicas para con los humanistas y religiosos:
“Ahora somos libres porque Cristo nos liberó. Manténganse firmes en la libertad y no vuelvan a la esclavitud de la ley” (Gálatas 5:1).