Capítulo 1: Vivimos en la realidad (Colosenses 2:17).
Esta acta de los decretos representa la ley, misma que nos hacía deudores a la justicia divina, por cuanto ninguno fue ni es capaz (por medio naturales) de cumplir a cabalidad los 613 preceptos que la contenía (Levítico 18:5; Santiago 2:10). Hoy día encontramos que esta verdad ha sido revelada parcialmente al Cuerpo de Cristo, pues vemos cómo muchos hermanos en Cristo (en la realidad), siguen asumiendo innecesariamente posturas típicas de la época en la cual se vivía bajo la sombra de la ley. Y esto va desde prácticas judaicas en las congregaciones (rituales, cánticos, danzas, ornamentos) hasta expresiones que denotan una dinámica situada en el antiguo pacto, antes de que Cristo fuese glorificado. Esto puede parecer indiferente para algunos, pero es altamente relevante para nosotros como iglesia… ¿A qué me refiero? Si estamos situados en una realidad (en Cristo), pero pensamos y vivimos como si esto no fuese así, es decir, como si aún estuviéramos en el antiguo pacto, entonces no podremos disfrutar plenamente de todo lo que se nos ha entregado por gracia, pues consideramos que todavía nos faltan cosas por esperar y nos mantenemos entretenidos tranquilizando nuestra conciencia religiosa (Colosenses 2:22-23), pero dejamos de entrenarnos efectivamente para edificar el Cuerpo de Cristo (Efesios 4:11-13; Colosenses 2:19), que es lo que realmente estamos llamados a hacer. Quiero ilustrarlo mejor a través de un par de ejemplos:
- Jesús, para cumplir con su propósito en la tierra (Juan 19:30), vivió una vida sin pecado (obedeciendo totalmente la ley), y se presentó así: “Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, hecho para el sufrimiento… Maltratado y humillado, ni siquiera abrió su boca; como cordero, fue llevado al matadero; como oveja, enmudeció ante su trasquilador; y ni siquiera abrió su boca” (Isaías 53:3,7). Sin embargo, sabemos que eso no terminó allí, pues él resucitó y se sentó a la diestra de Dios (Efesios 1:20-22). Veamos lo que escribió el apóstol Pablo acerca de esto: La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios PadreFilipenses 2:5-11
Ahora sería interesante preguntarnos: si ya Cristo fue exaltado hasta lo sumo, está sentado a la diestra del Padre, y es el Señor de todo, ¿Qué hacemos cantando todavía al cordero inmolado, al león de la tribu de Judá, a Emanuel (que significa: Dios con nosotros, y se refería a Jesús de Nazaret)? ¡Ahora el Cristo resucitado vive en nosotros! Cantar así, por ejemplo, nos mantiene entretenidos declarando cosas del pasado, siempre con una mirada puesta en el futuro (como se vivía en el antiguo pacto), y no en la realidad presente, que es Cristo gobernando a través de nosotros (Efesios 2:6). Otro ejemplo para dilucidar con claridad lo que venimos tratando, es el siguiente…
- Cristo fue prometido desde el principio (Génesis 3:15), incluso antes de la ley que llegó con Moisés; esta ley “… ha sido nuestro tutor hasta el Mesías [Cristo], para que por medio de la fe fuéramos declarados justos. Y habiendo venido la fe, ya no estamos bajo tutor (Gálatas 3:24-25). Las promesas dadas en la antigüedad son una realidad en Cristo (2 Corintios 1:20-22; Colosenses 2:9-10); ya no hay nada que esperar, pues en Él lo tenemos todo. Meditemos en esto: … entre los que han alcanzado la madurez sí hablamos con sabiduría, pero no con la sabiduría de este mundo ni la de sus gobernantes, los cuales perecen. Más bien hablamos de la sabiduría oculta y misteriosa de Dios, que desde hace mucho tiempo Dios había predestinado para nuestra gloria, sabiduría que ninguno de los gobernantes de este mundo conoció, porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de la gloria. Como está escrito: «Las cosas que ningún ojo vio, ni ningún oído escuchó, Ni han penetrado en el corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman». Pero Dios nos las reveló a nosotros por medio del Espíritu, porque el Espíritu lo examina todo, aun las profundidades de Dios. Porque ¿quién de entre los hombres puede saber las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así mismo, nadie conoce las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que entendamos lo que Dios nos ha dado, de lo cual también hablamos, pero no con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, que explican las cosas espirituales con términos espirituales1 Corintios 2:6-13
Por esa razón, los apóstoles solían escribir constantemente de nuestra herencia como hijos (Efesios 1:11), más allá de las promesas, pues éstas fueron hechas una realidad en Cristo. Un discípulo entendido en la realidad presente del nuevo pacto habla de herencia, y procura disfrutar lo que Cristo conquistó en la cruz, para la gloria de Dios; sin embargo, una mentalidad bajo la sombra del antiguo pacto, seguirá esperando con frecuencia que Dios cumpla “sus promesas” (mismas que fueron cumplidas en Cristo), y para ello, se apoyará en pasajes del Antiguo Testamento que apuntaban a lo que había de hacerse tangible cuando viniera el Mesías.
Estos son sólo dos ejemplos que nos muestran cómo buena parte del Cuerpo de Cristo se encuentra entretenida hoy con mucho activismo a la sombra del antiguo pacto, y obviando (algunos conscientemente, pero la mayoría está en un estado inconsciente de esta situación) nuestro llamado supremo como ministros competentes de un nuevo pacto de predicar y disfrutar de la vida abundante que tenemos en Cristo, nuestra realidad eterna.
2. Somos libres